Hace unos días contaba la experiencia que te reportan las sustituciones en bibliotecas públicas, cuando los funcionarios están de vacaciones y no hay suficientes interinos en las bolsas de trabajo temporal para realizar dichas sustituciones. Entonces entramos en juego los laborales. Los que no estamos en la lista oficial a espera de que salgan oposiciones y poder acceder al trepidante mundo de los itinerantes... Aunque en mi anterior entrada no hablaba precisamente bien de estas situaciones laborales, no siempre tiene que ser así.
Hace dos navidades realicé una sustitución de un mes en una de las bibliotecas públicas de la ciudad donde hice amigos. Amigos con A mayúscula. No por ser sustituto te daban los peores trabajos. Eras uno más del equipo y como equipo vivíamos las malas situaciones que se producían en la biblioteca todos juntos. Casi todas estas situaciones estaban relacionadas con los usuarios. Muy en serio tendrían que analizar la educación de los usuarios que se realiza, tan acertadamente en Frikitecaris, en la Facultad...
Una de ellas estaba directamente relacionada entre la sección de periódicos y revistas de la biblioteca y el uso que de ella hacían los usuarios. Tan perpleja me dejó la situación que redacté la historia para poder contarla, en plan batallita, en las reuniones con el averno bibliotecario. Aquí os la dejo por si os interesa:
Son las 9.50 de la mañana y ante la puerta de cristal ya se agolpan varios grupos de personas de la tercera edad. Esperan ansiosos a que abramos la biblioteca. Pasan los minutos y los nervios aumentan. La tensión que se acumula en la entrada se asemeja a la del primer día de rebajas.
Me abro paso intentando no quedarme encallada entre el muro de personas y mirando de no llevarme por delante ningún bastón. A regañadientes me dejan pasar. Creo que se han dado cuenta de que no dudaría en utilizar la técnica "a codazo limpio".
Se oye algún quejido: "oiga, oiga, espere su turno". No me molesto en girarme y localizar al individuo indignado por mi jeta y decirle "que trabajo aquí, señor" porque me espetaría "pues a ver si abre ya, señorita, que estoy jubilado y hace frío".
Traspaso la primera barrera de cristal y golpeo con los nudillos en la segunda puerta. Espero que algún compañero esté por aquí cerca y pueda abrirme ya. Y es que sí que hace frío.
No tengo tanta suerte. Estarán en el despachito desayunando. Eso me pasa por llegar temprano.
Son las 9.58h. Desde la entrada de la biblioteca se ve perfectamente el reloj. Los jubilados están ya al punto frenético de cocción. En cualquier momento empieza el motín. "Por dos minutos ya nos podrían abrir", "Es que en este país no se tiene respeto a la gente mayor", "Diga usté que sí, hombre, diga usté que sí". Como una exhalación pasa mi compañera Meritxell (no quiere engancharse a conversaciones filosóficas a través de la puerta de cristal sobre lo que representan dos minutos para un jubilado). Antes de que se vaya, realizo movimientos exagerados con los brazos a fin de que me localice y me abra la puerta. Gracias a Dios, me ve. En el momento de abrir la puerta (que por cierto se hace hacia afuera) topo con varias personas que se han agolpado contra mí, haciendo presión a ver si por descuido entra alguno. Me desengancho de ellos y consigo entrar.
Cerramos la puerta y les miramos. Si desenfoco la vista veo una masa de zombies golpeando la puerta con los brazos, a los que les cuelgan harapos de piel descompuesta, para poder entrar y sorbernos el cerebro.
Son las 10.00h. Giramos las llaves y el cerrojo se abre. No hace falta ni que empujemos la puerta con los brazos. Ya la abren ellos. Antes iban todos a una contra nosotros, como en Fuente Ovejuna. Pero eso ahora es harina de otro costal. Cada uno de ellos es un atleta y tienen una meta común: llegar en primer lugar para hacerse con el periódico del día y con el butacón más mullidito e iluminado por el sol.
En la biblioteca disponemos de 4 títulos de rotativos para que abarquen diferentes opiniones y realidades, aunque yo me alegro porque así tenemos 4 afortunados en lugar de 1, y eso significa menos quejas.
Pero hoy, como desde hace unos días, no hay ningún periódico. No puede ser. Los ha colocado mi compañera hará pocos minutos. Dentro de un par de horas regresarán mágicamente a su sitio. Está claro que los diarios se los lleva alguien.
Pero quién... Meritxell está harta. Hoy le toca quedarse en la sección de revistas y no quiere aguantar a los jubilados que se van a quejar en masa y con razón, pero que la van a tomar con ella. Es que se ponen muy pesados. Pobrecita.
Intentaré echarle un ojo a la gente arriba, en audiovisuales, le digo, para darle apoyo moral.
Son las 10.02h. Parece mentira, pero en música también está ya todo lleno. Tengo cola en el mostrador para repartir auriculares. Muchas mujeres esperan a que sus maridos acaben de leer el periódico mientras escuchan a Julio Iglesias o Rocío Jurado.
Son las 10.15h. Pasados los primeros quince minutos ya no queda nada por hacer. Pero entonces veo a un jubilado que sube las escaleras hacia el baño. Su barriga tiene una forma muy extraña...
Al final nos echamos nuestras risas cuando descumbrimos que este abuelito se agenciaba los cuatro periódicos a primerísima hora, se los escondía debajo del jersey, se subía al baño, se encerraba allí y dos horas después, cuando ya había acabado con la lectura de los periódicos, bajaba de nuevo y como por arte de magia los periódicos volvían a estar en su lugar.