La signatura 400 (igual, pero diferente)
El pasado domingo asistí a la última representación de la obra La signatura 400, adaptación teatral de la novela homónia de Sophie Divry, de la que ya les hablé anteriormente en este blog.
¿Que no se acuerdan? Sí, hombre, era aquella historia de una bibliotecaria que al llegar a la biblioteca se encuentra con un usuario que se quedó encerrado el día anterior y ha pasado allí la noche.
Después de la regañina de rigor, la bibliotecaria comparte con el usuario un efervescente monólogo que en apariencia versa sobre el mundo de los libros, la lectura, las bibliotecas y las personas que las habitan, pero que en realidad es una retahíla de frustraciones, gustos y disgustos sobre su vida profesional y personal, para nada ajenas a cualquier otra persona, pero que en este caso se asocian al oficio poco creativo y rutinario de la bibliotecaria y a sus carencias afectivas.
[Nota aclaratoria de la bibliotecaria residente del blog: mi oficio es tan rutinario y creativo como yo quiero que sea, hay días que más y días que menos.]
El valor añadido de la versión teatral, que es muy fiel a la novela original, es el trabajo interpretativo de los actores Lluïsa Mallol (que también es la responsable de la adaptación) y Joan Gibert que únicamente con sus expresiones y gestualidad da la réplica sin palabras al monólogo repleto de altibajos emocionales de la bibliotecaria.
El pequeño formato de la obra y del espacio que proporciona el escenario del Círcol Maldà hace cómplice al público de la situación desarrollada, casi como si también se hubiera quedado encerrado en la biblioteca, sólo que la bibliotecaria no se ha dado cuenta que nosotros también estamos ahí, de testigos.