De qué hablo cuando hablo de correr
Cuando yo hablo de correr, hablo de esto:
laVeterinaria, elAbogado y yo quedamos normalmente en el guardarropía, sobre una media hora antes de que empiece la carrera, y dejamos las pocas cosas que llevamos encima (podría ser la cámara de fotos con la que luego nos haremos una foto bajo el marcador para así dar fe de nuestra “gesta”).
Nos dirigimos hacia la salida. Si la carrera es popular acostumbra a haber bastantes participantes que ya están calentando y moviendo un poco los músculos. Nosotros nos contentamos con dar pequeños saltitos que no ayudan a relajarnos precisamente. A esta mezcla de emoción y nervios que sentimos le llamamos “estado foxterrier” porque estamos igual que esos perros que esperan en tensión a que les lancen la pelotita para salir corriendo.
La ansiedad se destapa en cuanto nos percatamos que las primeras masas de gente se empiezan a mover. ¡El marcador empieza a contar! Nos movemos, con dificultad al principio, pero enseguida iniciamos el trote. Me encanta el sonido de la masa corriendo, ese clap, clap, clap contra el suelo. Como en la escuela, cuando nos enseñaron a imitar el ruido que hacía la lluvia, chocando un dedo contra la palma de la mano. Durante los primeros metros, no corremos por iniciativa propia, nos lleva la masa de la que formamos parte, corremos a su voluntad y eso hace que la mayoría de veces lo hagamos a un ritmo superior al nuestro, pero la emoción no nos deja pensar con claridad.
La verdadera prueba empieza justo antes de llegar al kilómetro 3. Mi cabeza da vueltas alrededor de pensamientos poco recomendables: qué pesadez, no podré aguantar, más vale que me pare ahora, me duele la cabeza, las rodillas, hasta los dientes. Cualquier excusa sería buena para detenerme, entonces recuerdo que no estoy sola. Únicamente tengo que girar la cabeza hacia mi izquierda para encontrarme con mi compañera de faenas. Que ella esté conmigo, me ayuda a seguir adelante.
Para amortiguar los pensamientos negativos me concentro en no perder el ritmo de mi respiración. 1, 2, 3, 4, inspira. 1, 2, 3, 4, expira. 1, 2, 3, 4, inspira. 1, 2, 3, 4, expira. 1, 2, 3, 4, inspira. 1, 2, 3, 4, expira. Procuro no mirar fijamente hacia el horizonte y llevo la vista de izquierda a derecha, centrándome en los que me pasan, a los que yo adelanto y en el entorno.
Casi sin darme cuenta he llegado al kilómetro 7. Sólo quedan 3. Inicio la cuenta atrás. A partir de ahora cuando llegue al kilómetro 8 en realidad habré llegado al kilómetro “faltan 2”. Dentro de mis posibilidades y según cómo me encuentre, procuro avivar el ritmo de mi carrera. Dar pasos más largos y si se tercia alguna zancada.
Llego al kilómetro “sólo falta 1”. Los que llegaron a la meta hace rato, dan marcha atrás con sus bebidas isotónicas y junto a los vecinos y paseantes te jalean y dan ánimos. ¡Qué bien me lo estoy pasando!
Ya se ve el marcador. Sólo faltan unos metros. Por fin, ¡lo he conseguido! Lo que más me gusta cuando acabo es una sensación que me invade las piernas. Me parece que se me van a salir de sitio. Empieza la cuenta atrás para la siguiente carrera…
Nos dirigimos hacia la salida. Si la carrera es popular acostumbra a haber bastantes participantes que ya están calentando y moviendo un poco los músculos. Nosotros nos contentamos con dar pequeños saltitos que no ayudan a relajarnos precisamente. A esta mezcla de emoción y nervios que sentimos le llamamos “estado foxterrier” porque estamos igual que esos perros que esperan en tensión a que les lancen la pelotita para salir corriendo.
La ansiedad se destapa en cuanto nos percatamos que las primeras masas de gente se empiezan a mover. ¡El marcador empieza a contar! Nos movemos, con dificultad al principio, pero enseguida iniciamos el trote. Me encanta el sonido de la masa corriendo, ese clap, clap, clap contra el suelo. Como en la escuela, cuando nos enseñaron a imitar el ruido que hacía la lluvia, chocando un dedo contra la palma de la mano. Durante los primeros metros, no corremos por iniciativa propia, nos lleva la masa de la que formamos parte, corremos a su voluntad y eso hace que la mayoría de veces lo hagamos a un ritmo superior al nuestro, pero la emoción no nos deja pensar con claridad.
La verdadera prueba empieza justo antes de llegar al kilómetro 3. Mi cabeza da vueltas alrededor de pensamientos poco recomendables: qué pesadez, no podré aguantar, más vale que me pare ahora, me duele la cabeza, las rodillas, hasta los dientes. Cualquier excusa sería buena para detenerme, entonces recuerdo que no estoy sola. Únicamente tengo que girar la cabeza hacia mi izquierda para encontrarme con mi compañera de faenas. Que ella esté conmigo, me ayuda a seguir adelante.
Para amortiguar los pensamientos negativos me concentro en no perder el ritmo de mi respiración. 1, 2, 3, 4, inspira. 1, 2, 3, 4, expira. 1, 2, 3, 4, inspira. 1, 2, 3, 4, expira. 1, 2, 3, 4, inspira. 1, 2, 3, 4, expira. Procuro no mirar fijamente hacia el horizonte y llevo la vista de izquierda a derecha, centrándome en los que me pasan, a los que yo adelanto y en el entorno.
Casi sin darme cuenta he llegado al kilómetro 7. Sólo quedan 3. Inicio la cuenta atrás. A partir de ahora cuando llegue al kilómetro 8 en realidad habré llegado al kilómetro “faltan 2”. Dentro de mis posibilidades y según cómo me encuentre, procuro avivar el ritmo de mi carrera. Dar pasos más largos y si se tercia alguna zancada.
Llego al kilómetro “sólo falta 1”. Los que llegaron a la meta hace rato, dan marcha atrás con sus bebidas isotónicas y junto a los vecinos y paseantes te jalean y dan ánimos. ¡Qué bien me lo estoy pasando!
Ya se ve el marcador. Sólo faltan unos metros. Por fin, ¡lo he conseguido! Lo que más me gusta cuando acabo es una sensación que me invade las piernas. Me parece que se me van a salir de sitio. Empieza la cuenta atrás para la siguiente carrera…
Si os contara de lo que habla Haruki Murakami cuando habla de correr, ya no tendría gracia que os leyerais el libro, pero os diré que es una sucesión de anécdotas e historias tan cotidianas como la mía... :)