jueves, 1 de octubre de 2009

Copenhague (III)

No podíamos irnos de la ciudad sin visitar su famosísima fábrica Carlsberg, la que según reza el anuncio es posiblemente la mejor cerveza del mundo. Yo no sé si tanto, ya que soy una ignorante de la cerveza, bebo poca y de la suavita así que... Lo que está claro es que el fundador de la cervecera es una especie de héroe en Copenhague debido a la creación de la Fundación Carlsberg para la investigación científica y el Museo de Frederiksborg. Su hijo también siguió con el mecenazgo y donó a los daneses su colección de arte y que se aloja en la Ny Carlsberg Glyptotek.
La ciudad está llena de referencias a la familia Carlsberg así que teníamos mucha curiosidad por ver dónde empezó todo.

La visita al complejo industrial (que siguió a la pequeña fábrica de cerveza en el centro de Copenhague) se realiza empezando por la Puerta de los Elefantes (emblema de la fábrica) y por la Doble Puerta. Ambas son características del eclecticismo arquitectónico que se vivió a finales del siglo XIX. Los elefantes son espectaculares, aunque también es curioso contemplar el friso que se halla sobre la Doble Puerta y donde se puede ver al cervecero rodeado por su familia y colaboradores como si estuviera contemplando el resultado de su trabajo.

Vale la pena pagar la entrada al centro de visitantes y museo, ya que no es excesivamente cara, y la visita es muy interesante ya que se pueden ver documentos, objetos y películas que destacan el contraste en las antiguas formas de elaboración y distribución de la cerveza y las actuales basadas en la alta tecnología. Los antiguos talleres aún están activos, ya que a modo de parque temático de la cerveza, se pueden ver a diversos monigotes que representan los antiguos oficios relacionados con la cerveza: la tonelería, la carrocería, la fragua, el laboratorio y las cuadras que llegaron a albergar 12 caballos de tiro y que actualmente alojan a Jacob. No dejéis escapar la oportunidad de darle paja y acariciarlo así como al gato del jardín.A los que os gusten las colecciones, sabed que en el museo se encuentra la colección más grande del mundo (certificado por los récord Guinnes, si os sirve de algo...) de botellines de cerveza sin abrir. Para cuando visitamos el museo (agosto 2009) disponían de 18.630 botellines, 14.778 de los cuales estaban expuestos. Por supuesto que hicimos el guiri y recorrimos la colección buscando nuestras cervezas autóctonas, y no fueron pocas las que vimos.

Y si os gusta beber cerveza, debéis pagar la entrada ya que con ella os regalan dos consumiciones que podéis degustar a la salida, en el bar. Como nosotros éramos siete, nos plantamos con 14 cervezas que poco más o menos nos tuvimos que beber entre mi cuñada y yo (¡vivan las bibliotecarias borrachas!). Las dos salimos bien contentas de la Carlsberg, para qué negarlo...

Después de la salida cerveza decidimos ir a descansar un poco al hotel (y es que las cuñadas bibliotecarias íbamos un pelín piripis) y por la tarde elAbogado, su hermano elUrbano y yo nos fuimos al que dicen es el parque de atracciones más antiguo del mundo, el Tívoli. Inaugurado en 1843 son unos jardines preciosos, con un aire antiguo y trasnochado, que albergan atracciones clásicas que se combinan con algunas más modernas. Los puestos son también antiguos, o vintage si queremos ser glamourosos, y cuando creí que no vería un carrito de helados pasar, pasó. Maravilloso. Y encima no es un sitio para nada guiri, ya es un punto de encuentro entre los daneses.

Cuando anochece todo el parque se ilumina y su encanto se multiplica por mil. Aunque la entrada no es barata, vale mucho la pena su adquisición para que todo ese espíritu trasnochado te invada. Además si no te gustan mucho las atracciones puedes comprarte una entrada sólo para pasearte y si quieres subir sólo a alguna puedes pagar sólo por lo que te interese a pie de atracción. Los dos hermanos se subieron a una de caída libre, que ni de coña probé, pero me obligaron a subir a la araña enorme que veis en la foto que no es más que unas cadiretas (lo siento, no sé cómo se dice en castellano), pero muy endemoniadas porque subían muy muy alto e iban bastante rápido, con la ausencia de un cinturón y un arnés a juego con la altura que pillaba el aparato. Pasé un poco de susto, pero las vistas de la luna llena sobre la ciudad fueron impagables.

Lo pasamos en grande también en los autos de choque, los hermanos pensaron que podrían conmigo, pero les di unos buenos golpes y se sorprendieron de mi manejo del volante. Lástima que no hubieran una caseta de tiro para que fliparan también con mi manejo y puntería con la escopeta. Finalmente salimos del Tívoli a las doce de la noche con un buen cubo de palomitas y una bolsa de chucherías. Nos sentimos como niños.

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