martes, 13 de noviembre de 2007

Bibliobulimia

Empecé por las estanterías más próximas, las de FICCIÓN, lamiendo, mordisqueando, saboreando y, al final, comiendo, a veces por los bordes, pero más frecuentemente, en cuanto conseguía dejar separadas las tapas, ahondando en línea recta por el centro, como un taladro. Mis preferidas eran las ediciones de la Modern Library, y siempre que me era posible escogía uno de sus libros, quizá por el sello, que era un corredor con una antorcha. [...] Y, ay, qué libros descubrí durante aquellos primeros días embriagadores. Aún hoy, la mera enumeración de sus títulos me trae lágrimas a los ojos [...]: Oliver Twist. Huckleberry Finn. El gran Gatsby. Las almas muertas. Middlemarch. Alicia en el país de las maravillas. Padres e hijos. Las uvas de la ira. El camino de la carne. Una tragedia americana. Peter Pan. Rojo y negro. El amante de Lady Chatterley.

Mi devoración, al principio, era tosca, orgiástica, descentrada, cochina -me daba igual emprenderla a mordiscos con Faulkner que con Flaubert-, pero pronto empecé a percibir sutiles diferencias. Me di cuenta, al principio, de que cada libro poseía un sabor distinto -dulce, amargo, agrio, agridulce, rancio, salado, ácido-, y según fue pasando el tiempo y mis sentidos ganaban en agudeza, llegué a captar el sabor de cada página, de cada frase y, finalmente, de cada palabra: todas traían consigo una ordenación de imágenes, representaciones mentales de cosas que yo desconocía por completo, dad mi limitada experiencia del llamado mundo real [...].


Al principio me limitaba a comer, royendo y masticando, tan feliz, siguiendo los dictados de mi gusto. Pero pronto empecé a leer, un poco por aquí, otro por allí, en los bordes de mis comidas. Y según transcurría el tiempo fui leyendo más y masticando menos, para terminar pasándome prácticamente todas las horas de vigilia leyendo y comiéndome sólo los márgenes. [...]


Me froto los ojos y apunto el telescopio, pero, ay, éste no capta ningún divino aflato, ni siquiera magnifica unas cuantas chispitas de ingenio: sólo descubre un desorden alimenticio. En vez del telescopio, los médicos tirarían de sus estetoscopios, sus electroencefalogramas, sus polígrafos, todo ello en apoyo de un diagnóstico aplastante: caso corriente de bibliobulimia.

[Extractos del libro Firmin de Sam Savage. Editado por Seix Barral]

1 comentario:

Ladynere dijo...

Vaya, me han hablado muy bien de este libro, quizás lo añada a la lista de pendientes por leer ^^
un saludo!