Navidad, Navidad... (III): el Gordo de la lotería
El sorteo de la lotería de Navidad siempre me pareció un tostón cuando era pequeña. Ahora no es que crea que sea entretenido precisamente... Los sorteos de Navidad de mi niñez los recuerdo en casa de mi abuela. La noche anterior al sorteo era la indicada para montar el árbol con sus adornos. El árbol era de plástico, raquítico y no pasaba del metro y medio. Los adornos se guardaban en un tambor de detergente, de esos del año de la catapum. Se tardaba casi toda una tarde en desenrollar y separar las luces, el espumillón, las bolas, las cintas y demás garlandas. Una vez montado, colocábamos el belén, hecho por mí cuando iba a primaria con corcho y pintado a mano. Era bastante feo, pero a mi abuela le gustaba.
Cuando acababa el ritual decorador, la desidia se apoderaba de mí y deseaba que la mañana siguiente, la del sorteo, pasara lo más rápido posible. Aunque desde que abrían el salón de loterías de Madrid, en casa de mi abuela ya éramos todos conscientes de cada movimiento que allí se desarrollaba. Y es que la pobre estaba medio ciega y medio sorda, así que lo escuchaba en la radio sintonizada a todo volumen y lo veía en la televisión con el sonido enmudecido. Todo simultáneamente por supuesto. Así que a los que nos importaba un bledo el sorteo nos era imposible pasarnos la mañana en la cama. Además ella seguía uno por uno todos los números que cantaban los niños de San Ildefonso comprobando su décimo y las múltitudes participaciones que había adquirido por todo el barrio.
Cualquier cosa relacionada con la lotería me ponía de los nervios, exceptuando los anuncios de la tele. Me parecían divertidos, y más desde que empezó a protagonizarlos el calvo. Siempre me ha parecido un anuncio entrañable. Tanto como esta versión donde los playmobil suplantan a los personajes originales. Yo, desde hace un año también me compro un décimo. En la escuela compraban un número y lo ofrecían a los trabajadores. Así me compré el primer décimo en la navidad pasada y otro en ésta. Y es que sólo faltaría que tocara este año después de que me dieran la patada...
Cuando acababa el ritual decorador, la desidia se apoderaba de mí y deseaba que la mañana siguiente, la del sorteo, pasara lo más rápido posible. Aunque desde que abrían el salón de loterías de Madrid, en casa de mi abuela ya éramos todos conscientes de cada movimiento que allí se desarrollaba. Y es que la pobre estaba medio ciega y medio sorda, así que lo escuchaba en la radio sintonizada a todo volumen y lo veía en la televisión con el sonido enmudecido. Todo simultáneamente por supuesto. Así que a los que nos importaba un bledo el sorteo nos era imposible pasarnos la mañana en la cama. Además ella seguía uno por uno todos los números que cantaban los niños de San Ildefonso comprobando su décimo y las múltitudes participaciones que había adquirido por todo el barrio.
Cualquier cosa relacionada con la lotería me ponía de los nervios, exceptuando los anuncios de la tele. Me parecían divertidos, y más desde que empezó a protagonizarlos el calvo. Siempre me ha parecido un anuncio entrañable. Tanto como esta versión donde los playmobil suplantan a los personajes originales. Yo, desde hace un año también me compro un décimo. En la escuela compraban un número y lo ofrecían a los trabajadores. Así me compré el primer décimo en la navidad pasada y otro en ésta. Y es que sólo faltaría que tocara este año después de que me dieran la patada...
Editado: no me ha tocado nada...
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