Refugiado de biblioteca
Hasta el anochecer, decido matar el tiempo en una biblioteca. Había averiguado de antemano qué bibliotecas había en los alrededores de Takamatsu. Desde pequeño, yo siempre he matado las horas en las salas de lectura de las bibliotecas. No son muchos los sitios adonde puede ir un niño pequeño que no quiera volver a casa. No le está permitido entrar en las cafeterías, tampoco en los cines. Únicamente le quedan las bibliotecas. No hay que pagar entrada y, aunque vaya solo, no le dicen nada. Allí puede sentarse y leer todos los libros que quiera. A la vuelta de la escuela, yo siempre iba en bicicleta a la biblioteca municipal del barrio. Incluso los días festivos solía pasar largas horas allí solo. Cuentos, novelas, biografías, historia: leía todo lo que encontraba. Y, cuando había devorado todos los libros infantiles, pasaba a las estanterías de obras para el público en general y leía los libros para adultos. Incluso los que no entendía los leía hasta la última página. Y cuando me cansaba de leer, me sentaba ante los auriculares y escuchaba música. Carecía por completo de cultura musical, así que iba escuchando por orden todos los discos que había, empezando por la derecha. Y así fue como descubrí las música de Duke Ellington, los Beatles, Led Zeppelin.
La biblioteca era como mi segunda casa. En realidad, es posible que fuera mi verdadero hogar. A fuerza de ir cada día acabé conociendo de vista a todas las bibliotecarias. Ellas sabían mi nombre, me saludaban al verme y me dirigían frases cariñosas (aunque yo muy pocas veces respondía porque soy terriblemente tímido).
[Extraído del libro Kafka en la orilla de Haruki Murakami]
[Extraído del libro Kafka en la orilla de Haruki Murakami]
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