lunes, 19 de septiembre de 2011

Richard Yates, de Tao Lin

Una de las grandes ventajas de no leer las críticas literarias antes de empezar un libro es que éste no te crea expectativas. Algunos de vosotros lo hacéis, yo soy incapaz. Con asiduidad leo los suplementos literarios, blogs y no dejo escapar los pocos programas de televisión donde los libros sacan la cabeza. Normalmente no me llevo decepciones, alguna muy de tanto en tanto, pero el libro del que voy a hablaros a continuación me supuso un gran chasco. Pero ha sido diferente a otras veces.

¿Conocéis esa sensación de ser el único diferente entre muchos? ¿De desconocer aquello de lo que están hablando? ¿De ser rojo entre multitud de verdes? O algo menos romántico, encender la radio (una que no sea radio-fórmula con los mejores éxitos de los 70, 80 y 90) y no conocer a ningún grupo en 30 minutos, ¿la conocéis?
Pues esa sensación es la que he sentido leyendo Richard Yates de Tao Lin; porque había leído grandes alabanzas, todo aplausos (casi veía los fuegos artificiales de fondo) a este narrador, joven promesa de la literatura, y me moría de ganas por unirme a la fiesta.

Lo primero que noté al leer las primeras páginas, fue incredulidad. Sintagmas verbales uno detrás de otro, sin diferencias, todo repeticiones. "Haley Joel Osment dice... Dakota Fanning dice..." Sin parar. Situaciones vagas, estúpidas, disfuncionalidades a tutiplén sin ningún tipo de profundidad, una vez y otra, y otra, y otra. Claro, los protagonistas (que toman los nombres de dos famosos jóvenes actores americanos) hablan mediante sms y chats de Gmail. ¡¿Y qué!? ¿No es posible una complejidad lingüística superior sólo porque eres adolescente en tiempos de la revolución en la comunicación? Y sí, los protagonistas están deprimidos, pero de una manera extremadamente tópica. Son humanoides-cliché que surfean las redes sociales. Si no dicen que se van a suicidar 20 veces en un mismo capítulo, no lo dicen ninguna. ¡No es tan difícil! ¡Tírate a la vía del tren!

Hacia la mitad del libro empezó a rondarme la tentación de dejarlo, pero no fui capaz. Quería saber si había algo más. No podía ser que no hubiera nada más. Pero la escritura seguía siendo vaga, extraña, sin ningún tipo de profundidad ni expresión. ¿Cómo podía ser que un libro donde la descripción es casi inexistente y dominan los diálogos, fuera tan brutalmente aburrido?

Y en ése momento, tuve la revelación: Tao Lin no es un farsante, ¡es un genio! Nos está tomando el pelo. Mejor dicho, les ha tomado el pelo a todos los que creen que es un dios de la literatura y que le habrán pagado un pastizal por bautizarlo como el narrador de la generación Facebook. A base de repetir conceptos, frases e ideas, vacíos todos ellos. Es un genio y sólo él conoce los secretos y misterios de la literatura híper-post-tecno-ecopija-modernista.

Tiene que ser esto último porque si no es así, definitivamente me he hecho mayor y no entiendo nada. Que también podría ser...

LIN, Tao. Richard Yates. Barcelona: Alpha Decay, 2011. ISBN 9788492837205.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La biblioteca huele

En la biblioteca disponemos de un servicio que arrassa entre los usuarios y otras personas del barrio que no han entrado nunca en nuestros dominios: el bar.
Está ubicado en una de las entradas al edificio. Uno de los inconvenientes más destacados (para nuestras estadísticas) es que a veces hay más gente en el bar que en la biblioteca, aunque es una paradoja porque en realidad están dentro del edificio de la biblioteca...

Otras de las desventajas: el ruido y el olor. ¿Por qué? Porque no hay mampara alguna que separe los dos servicios. Por eso, cuando ruge la marabunta en el bar, desde la barra tienen que hacer callar a los clientes o pedirles que bajen la voz (cualquiera diría que es un gag humorístico) y cuando llega la hora de hacer las comidas y los menús, en toda la biblioteca se huele lo que se va a comer ese día o al siguiente.
A veces es agradable. Sabes que es jueves porque a las 12 empiezas a notar el olorcito a paella. Otras no tanto, como cuando lo que detectas es coliflor a las 5 de la tarde.

Todo esto os lo cuento para ilustraros una biblio anécdota que me acontenció ayer por la tarde en el mostrador de la planta de adultos (no podía ser en otro):

Usuario: "La biblioteca huele. Huele mucho a pescao"
Yo misma: "Sí, en el bar deben estar cocinando"
Usuario: "¿Y tú no puedes hacer nada?"
Yo misma: "0_0 No, si quiere puede usted formalizar una queja pidiendo que nos instalen una mampara separando el bar de la biblioteca"
Usuario: "Niña, ¿por qué no subes tú y les dices a los del bar que estas no son horas de cocinar pescao?"

Nunca dejo de sorprenderme por las consultas y peticiones extrañas que recibo durante las pocas (y desgraciadas) ocasiones en las que tengo que atender en la planta de adultos. Los niños no preguntan cosas tan básicas y seguramente entenderían por qué no puedo ir al responsable de otro servicio y decirle cómo debe gestionarlo. Con ellos podemos intentar adivinar a qué huele hoy. A mí el otro día me olía a rollito de primavera, a ellos les olía a pimiento. ¡Misterios de la biblio vida!

viernes, 9 de septiembre de 2011

Signatura 400, de Sophie Divry

Soy una presa fácil para los libros sobre libros. Uno que publican, uno que me compro. Matizo, me compraba. Ahora me lo pienso más porque como los metros cuadrados de los pisos donde habito van menguando, la colección de libros hace lo mismo.
Por suerte Signatura 400 me lo regalaron (¡Gracias Esther!) porque con lo preciosa que es la edición y sabiendo que más que un libro sobre libros es un libro sobre bibliotecari@s, habría caído seguro.

En Signatura 400 nos encontramos con una bibliotecaria anónima (nunca sabremos su nombre) que al llegar al trabajo, unas horas antes de abrir la biblioteca, se encuentra en su planta (entiéndase como nivel, piso, en un edificio, no como ejemplar de la flora entiestado sobre su mesa) a un usuario que se quedó encerrado la noche anterior (sí, en mi biblioteca también nos ha pasado, pero nos dimos cuenta cuando bajábamos la persiana).

A modo de regañina, la bibliotecaria en cuestión le suelta un monólogo de órdago al usuario, que se extenderá durante el centenar de páginas que ocupa el libro, sin dejar posibilidad a la aparición de algún punto y a parte o a la intervención del regañado. Ella solita empezará y acabará justo cuando toque abrir la biblioteca.

Siendo un libro de "lo mío", aportando una voz original, siendo una sucesión de citas acertadísimas sobre bibliotecas, usuarios y cultura en la actualidad, Signatura 400 es una obra buena, que me ha asfixiado un pelín (no sé si será por la falta de pausas en el monólogo) y de la que esperaba un poquito más. Porque aunque los libros y las bibliotecas estén siempre en el relato, está mucho más presente la soledad, la impotencia y la frustración de la protagonista ante las situaciones de su realidad y de la vida, como que la signatura 400 de Dewey esté vacía. ¡Eso es para volver loco a cualquiera! Menos mal que en las bibliotecas catalanas utilizamos la adaptación de Jordi Rubió i Balaguer de la Clasificación Decimal Universal (¿alguien más ahí fuera?)

Y ahora, bombardeo de citas, aunque ya aviso que el libro es una cita en sí mismo...

"Ser bibliotecario no es nada gratificante, se lo digo yo: se acerca a la condición de obrero. Yo soy una taylorizada de la cultura."

"Saber orientarse en un biblioteca es dominar la cultura en su conjunto y, por tanto, el mundo. Y no estoy exagerando."

"A esto nos lleva la democracia cultural. Ya no es una biblioteca donde reina el sordo silencio de las estanterías inteligentes, es un área de recreo donde uno viene a distraerse."

"La cultura no es un placer. La cultura es un esfuerzo permanente del ser para escapar de su vil condición de primate subcivilizado."



DIVRY, Sophie. Signatura 400. Barcelona: Blackie Books, 2011. ISBN 9788493874544.
¿En qué biblioteca puedo encontrar este libro?

miércoles, 7 de septiembre de 2011

A los 30

Ya hace 37 días que cuando ojeo alguna revista de las mal llamadas femeninas, dejo de consultar la sección "A los 20" para pasar a la de "A los 30". Cuando cumplí los 20, de golpe y sin previo aviso, dejé de acordame de la edad que tenía. No porque me traumatizara (¡por Dios!) ni nada parecido. Sencillamente pasó así. Cuando alguien me preguntaba la edad tenía que calcularla.
Eso se acabó cuando hice 29 porque todo el mundo me recordaba que sería mi último año en la veintena. Parece que se le tiene adoración, pero para mí no ha sido más especial que otras edades. La celebración de los 29 fue por todo lo alto. Con tanta insistencia pensé que cumplir 30 sería una hecatombe o una juerga sin fin y en realidad ni una cosa ni otra. Fue pausada, relajada, pero tres veces celebrada con la familia y los amigos, (y con tres pasteles) así que maravilloso. Y de momento, la vida a los 30 es genial.

pastel de celebración con laBanda y parte del Averno,
cuando aún me faltaban unos cuatro días para seguir disfrutando de los 29


pastel de celebración con la familia política
cuando aún me faltaban dos días para disfrutar de los 29

pastel de celebración (¡al loro!, hecho por mi hermana)
con mi familia el día antes de dejar la veintena para siempre


¡GRACIAS A TODOS LOS QUE LO CELEBRASTEIS
CONMIGO DE UNA MANERA U OTRA!