lunes, 28 de septiembre de 2009

Copenhague (II)

El último día os dije que al ser un viaje en grupo no me había preparado nada para la visita ni tan siquiera había leído novelas ambientadas en la ciudad, que es una práctica que me encanta antes de visitar cualquier sitio nuevo. Me gusta mucho leer las impresiones de los escritores y compararlas luego con las mías. Bueno, pues así como no leí nada especialmente para el viaje, me acordé que Viaje al centro de la Tierra de Jules Verne sitúa una parte de la acción en la capital danesa y me prometí releerla al volver a Barcelona y así lo he hecho. Os copio un fragmento que me ha gustado especialmente y otro relacionado con la imagen posterior:

"A continuación, me entraron ganas de recorrer la ciudad como un niño. Mi tío se dejaba pasear. Por lo demás no vio nada, ni el insignificante palacio real; ni el bonito puente del siglo XVII que cruza el canal delante del museo; ni el inmenso cenotafio de Torvaldsen, adornado con horribles pinturas murales y que en su interior encierra las obras de ese escultor; ni, en un parque bastante bello, el pequeño castillo de Rosenborg; ni el admirable edificio estilo renacimiento de la Bolsa; ni su campanario, hecho con las colas entrelazadas de cuatro dragones de bronce; ni los grandes molinos de las murallas, cuyas enormes aspas se hinchaban como velas de un barco bajo el viento del mar.

[...] Sin embargo, si mi tío no se fijó en inguno de estos encantadores lugares, le llamó poderosamente la atención la vista de cierto campanario situado en la isla de Amak, que forma el barrio sudoccidental de Copenhague. [...], llegamos delante de Vor-Frelsers-Kirk. Aquella iglesia no ofrecía nada notable. Pero su campanario, bastante elevado, había llamado la atención del profesor porque, desde la plataforma, una escalera exterior circundaba su flecha, y su espiral se desplegaba al aire libre.
[...] Mientras estuvimos presos en la escalera interior, todo fue bien. Pero tras cuatrocientos escalones el aire me dio en el rostro: habíamos llegado a la plataforma del campanario. Allí comenzaba la escalera aére, protegida por una frágil barandilla, y cuyos escalones, cada vez más estrechos, parecían subir hacia el infinito.
[...] Por fuerza tuve que seguirlo agarrándome. El fuerte viento me aturdía; sentía oscilar el campanario bajo sus ráfagas; mis piernas flaqueaban; pronto me encontré trepando sobre las rodillas y luego sobre el vientre; cerré los ojos; sentía vértigo.

Al fin, tirándome mi tío del cuello, llegué cerca de la bola.
-¡Mira -me dijo-, y mira bien! ¡Hay que tomar lecciones de abismo!

Abrí los ojos. Vi las casas achatadas y como aplastadas por una caída, en medio de la niebla de las humaredas. Por encima de mí pasaban nubes desgreñadas y, por una inversión óptica, me parecían inmóviles, mientras que el campanario, la bola y yo éramos arrastrados a una velocidad fantástica. A lo lejos, por un lado se extendía la campiña verde y por el otro destellaba el mar bajo un haz de rayos [...] y en la bruma del Este ondulaban las costas, apenas difuminadas, de Suecia. Toda esta inmensidad giraba ante mis ojos".
Pues lo que debió sentir Verne al subir por el campanario de la Iglesia del Salvador fue lo que sentí yo más o menos y es que tengo un vértigo horroroso que se acentúa por las diversas infecciones de oído que he sufrido y que me han dejado el sentido del equilibro bastante perjudicado. Nunca en la vida hubiera subido, pero tengo un problema y es que cuando me desafían, me pico. Nunca falla, respondo a ese estímulo que ya me ha acarreado más de una y de dos lesiones. Así que cuando mi cuñado elUrbano y elAbogado me desafiaron a subir, no me quedó otra.

La ascensión por dentro del campanario es espectacular porque es como si te encaramaras por las vigas de madera antiguas y las escaleras, que crujen de forma estremecedora bajo los pies, se empinan más y más hasta casi romper la diagonal y subir en vertical, pasando al lado de enormes campanas.

Eso sí, cuando salí al exterior me quedé horrorizada-maravillada por la vista. Como dice Verne, se ve Suecia conectada por el puente de Oresund y todo Copenhague a tus pies. Impresionante, pero bastante duro si las alturas no son lo tuyo. Subir por las escaleras que recorren la aguja en espiral es difícil porque son metálicas y los escalones están redondeados por el uso, además a medida que subes se van estrechando y entre la gente que sube y la que baja... a mí me dio bastante miedo. Sobretodo al bajar por si me resbalaba, me llevaba a todo el que viniera por delante y acabábamos espachurrados en el patio de la iglesia.

Al final no llegué a tocar la bola porque me imaginé que elUrbano y elAbogado me harían bromas y vuelta a imaginar escenas de muerte, así que no me quedé a hacerme la típica foto con las vistas y la bola y fui bajando, pero detrás mío había una mujer, con más miedo aún que yo, bajando de lado, dando la cara a la pared (con el consiguiente peligro que se tropezara y me llevara por delante escaleras abajo) y respirando con dificultad. Hasta que no entré en el campanario no respiré tranquila.
Al llegar abajo vi a la pobre mujer sentada en un banco, con la cabeza entre las piernas intentando normalizar su respiración.

Todo esta aventura la vivimos porque nos topamos con la iglesia (que ya habíamos visto gracias al recorrido en barco) yendo hacia Christiania, una ciudad dentro de la ciudad de Copenhague. Y es que en 1971 un grupo de hippies demolió los muros de un campamento militar situado al lado de Christianshavn y tomaron posesión del lugar. Christiania fue proclamada ciudad libre y funciona de forma independiente, aunque asociada, a la nación danesa. En esta ciudad, autobautizada como "experiencia social" vive de forma dinámica la expresión de la contracultura.

Así que para allá nos fuimos, y aunque no se puede hacer fotos dentro de Christiana, me atreví a sacar la cámara y retratar este muro homenaje a Alicia en el País de las Maravillas, que es donde supongo que muchos de los christianios sienten que viven.
Paseamos por las calles y caminos que hay entre las casas (algunas con extrañísimas formas, como la casa Plátano), junto a los puestos de comida vegetariana (vimos uno que hacía unas hamburguesas vegetales que tenían una pinta buenísima, lástima de la poca higiene que destilaba el hombre y que las hacía a manos descubiertas), restaurantes cucos, gente borracha tirada por los suelos, familias con niños rubísimos a bordo de las típicas bicicletas Pedersen (la bici es el único transporte autorizado), tíos raros y no tan raros que te ofrecen hachís... Hay de todo, y es curioso visitarlo por ser realmente una experiencia social totalmente alternativa pero integrada.

Al salir nos dirigimos de nuevo hacia Christianshavn, un barrio que el rey Christian IV mandó construir sobre pilotes encima de agua poco profunda que unía los canales del puerto con la isla de Amager. Al principio nadie quería trasladarse, así que el rey prometió sustanciosas rebajas fiscales para los comerciantes que se trasladasen, pero aun así nadie quiso hacerlo así que el rey obligó al traslado so pena de arrebatarles el negocio. Eso sí que es un buen talante negociador.

Nos volvimos paseando por la orilla del canal y empezamos a cruzarnos con gente que comía pizzas sentados en los maderos, con las piernas colgando encima del agua. La envidia empezó a carcomernos y cuando localizamos la pizzería proveedora de la costumbre, nos apuntamos a ello. Estaba buenísima y acabamos saludando a los turistas que pasaban en barco, como auténticos ciudadanos de Copenhague. Un final genial para un día también genial.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

BRUJA!!!!sabes qué???que no me cuesta nada imaginarte bajando por esas escaleras...sé que te aferras muy bien a las barandillas!!!!

Anónimo dijo...

El relat de Viaje al centro de la Tierra es molt semblant al que va passar a l’ascensió del campanari, només que afegint una mica de pànic y desesperació per part teva. Això sí, la pizza del Tino’s et va fer oblidar les angunies passades i els frikis de Christiania.

sfer dijo...

Wala... Yo fui incapaz de subir las escaleras exteriores. En cuanto salí a la azotea, me quedé pegadita a la pared intentando no molestar al tráfico de gente + esperando que no se me notara la cara de pánico, sino que pareciera más bien que estaba disfrutando de la vista y del airecito.

Mi problema es que cuando estoy abajo, me entran unas ganas horribles de subir para disfrutar de la vista, pero una vez estoy arriba, me arrepiento de haber subido. Y para cuando se me vuelve a presentar la oportunidad de subir a algún sitio, se me olvida lo mal que lo pasé la última vez. Soy un desastre...