Se acabó lo que se daba. Ya puedo volver a mi ritmo de sueño "normal" y esperar que a finales de marzo se dignen a retransmitir el mundial de patinaje. Y no sería tan raro dadas las audiencias que hemos conseguido aportar los chiflados que nos hemos quedado de 2 a 6 de la madrugada viendo las finales olímpicas. Del 10% han sido.
Estaría bien poder ver la gala de exhibición y así huir de las coreografías y músicas manidas de las competiciones. No podría contar cuántas veces he escuchado el Concierto de Aranjuez, el Tango de los exiliados, el Firebird y la banda sonora de Amélie. ¡Qué cansino! Aunque de tanto en tanto, algún patinador se lanza a la originalidad se viste con una camisa de fuerza y compite con una música estridente como Schultheiss o sale a la pista Johnny Weir y todo se convierte en una gran fiesta de maquillaje y purpurina.
Y es que patinar puede ser muy cool, aunque a muchos les parece que sólo se trate de ir dando saltos, cuanto más alto y más vueltas mejor, sin ton ni son. Esas polémicas y niñerías han marcado la competición masculina, aunque ha quedado demostrado que también hay que saber bailar, expresar con el cuerpo y tener técnica. La perfección reside en el conjunto y eso es lo que emociona del patinaje sobre hielo.